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Camellar: (verbo)

1. Actividad física y/o mental que realiza un colombiano en busca de remuneración.
2. Acción y efecto de ganarse “la papita”.
3. Sudar la gota fría para levantarse unos pesos, euros, dólares, libras, colones, marcos, yenes, rupias, etc, etc, etc…

Por: Manuela Osorio Pineda

Así como los españoles “curran”, los mexicanos “chambean” y los argentinos “laburan”,  los colombianos camellamos.

¡Y camellamos como ninguno!

En honor a ese espíritu incansable de responsabilidad y rebusque y a la riqueza semántica de nuestra lengua (por aquello del Día del Idioma Español, que ya se acerca), decidí escribir este artículo sobre esa parte clave en la vida de cualquier inmigrante: el trabajo.

Trabajar va más allá de una cuestión económica; se trata de poner en práctica lo que nos apasiona, lo que hemos estudiado durante años, de adquirir nuevas habilidades, nuevas ideas y experiencia. Todos los empleos que tenemos a lo largo de la vida hablan un poco de nosotros, de nuestro recorrido y nuestras decisiones. Incluso aquellos que pueden parecer inconexos con esa idea de “carrera” que tenemos en la cabeza, son puntos que al final terminan conectándose.

Así pues, hoy escribo desde mi experiencia personal en tres tipos de trabajo en varios países.

Primera parte del cuento: irse de Au Pair

El principio de esta historia se remonta a finales del 2010, cuando decidí tomarme un break en la universidad para irme a mejorar mi inglés a Estados Unidos.

Lo que buscaba era un programa lo suficientemente largo e inmersivo para aprender bien el idioma, con una oferta de trabajo razonable que me permitiera sostenerme y no abusar del patrocinio familiar. Encontré la solución perfecta: irme de Au Pair.

El término “Au Pair” es francés y significa literalmente “a la par”, pero se usa para denominar a una persona que se va para otro país a vivir con una familia anfitriona y prestarle algún servicio -generalmente el cuidado de los niños- a cambio de techo, comida, dinero de bolsillo y la experiencia cultural en general.

La idea de convivencia, tolerancia e intercambio entre personas de diferentes países es maravillosa, pero para que el ejercicio sea exitoso hay que tener en cuenta una serie de procesos prácticos y ese el papel de las agencias: papeleo y regulaciones legales, preparación de los futuros niñeros y acompañamiento para que se cumplan las reglas de parte y parte.

Con esta información en la cabeza empecé el proceso con Cultural Care Au Pair, una de las agencias más grandes, avalada por el Gobierno de los Estados Unidos y con varios representantes en Colombia. Después de muchas reuniones, evaluaciones y entrevistas con las familias, encontré mi “match” perfecto: una pareja con dos niños de 1 y 3 años en Pittsburgh, Pennsylvania.

Empaqué maletas, me gocé las fiestas de despedida correspondientes, y llegué a Nueva York una (helada) madrugada de diciembre junto a otras nueve niñas lloronas que nunca se habían ido de la casa por más de un par de semanas. Las lágrimas nos duraron poco, pues la emoción de lo desconocido le ganaban a la ansiedad, los nervios y la nostalgia.

La legislación laboral de cada país es diferente y exige una serie de requisitos dependiendo de las circunstancias de cada expatriado, el tipo de trabajo que vaya a realizar y su duración. Para realizar este tipo de trabajo en los Estados Unidos se necesita una visa J-1-Exchange visa (muy mencionada últimamente en esta era Trumpiana), la misma que se otorga para otros programas temporales; pasantías, investigaciones y trabajos estacionales –de 2 o 3 meses- como los que ofrece Work and Travel.

En el caso de los Au Pair esta visa se da por 13 meses que pueden extenderse hasta 25. El programa establece que el cuidador trabaje 40 horas a la semana y reciba $195 USD  la semana, además de tener su propio cuarto y baño, recibir un bono de $500 USD para estudio y un teléfono celular. Dar un carro al Au Pair no es obligatorio, pero es común cuando tienen que transportar a los niños o la familia vive en zonas alejadas. Para convertirse en Au Pair hay que cumplir con ciertos requisitos: tener entre 18 y 26 años, un nivel medio de inglés, saber manejar, estar estudiando en el momento de la aplicación y no tener hijos, pero sí experiencia en el cuidado de niños.

Los meses siguientes a esa madrugada de diciembre fueron una odisea de pañales, viajes, climas a los que no estaba acostumbrada, palabras que nunca había escuchado y amigos que nunca imaginé tener. Tuve la suerte de llegar a una familia que me acogió como suya y de la que aprendí mucho más de lo que esperaba. Mi año de niñera se extendió a año y medio y la balanza de resultados se inclinaba hacia las ganancias: un segundo idioma, una perspectiva más amplia, metas más grandes y hasta kilos de más… 18 meses después de ese día de diciembre volví a Colombia a terminar las materias que me faltaban y con un nuevo plan en mente. Y el final de esta historia es el principio de la siguiente.


Probando la vida profesional

Volviendo al cuento:

Regresé a Manizales con el firme propósito de volverme a ir, aunque no sin antes disfrutar de una buena dosis de familia, comida y parranda. Empaqueté en un semestre todas las materias que me faltaban y empecé a buscar la forma de hacer mi práctica profesional en otro país: convenios internacionales con mi universidad, becas y voluntariados, hasta que un día, un poco al azar, descubrí AIESEC, la organización de jóvenes más grande del mundo, reconocida por la ONU, que tiene como misión formar e impulsar líderes a través de sus programas de intercambio profesional y proyectos sociales. ¡Bingo! Eso era lo mío.

AIESEC tiene oficinas locales en muchas ciudades del mundo, conformadas por estudiantes y profesionales que deciden unirse a la organización. Además, trabaja con empresas y organizaciones no gubernamentales de todo el mundo, de todos los tamaños y en todas las industrias; Google. TATA, Nokia, Nike, Naciones Unidas, PwC y una larga lista de etcéteras. En pocas palabras, es una red enorme de contactos, desde el punto de vista práctico, y de amigos, desde el punto de vista romántico.

Siguiendo con la historia, me puse en contacto con el comité local de Manizales, empezamos un proceso similar al anterior, hablamos de mis habilidades y necesidades, creamos mi perfil dentro de la plataforma y empecé a aplicar a varias ofertas de intercambio profesional, que fue el programa que elegí y en el que se ofrece remuneración. En ese momento había muchas ofertas para México y Brasil, pero esta vez quería una experiencia mucho más drástica, un viaje más largo, un reto cultural diferente… Curiosamente, muchos de mis mejores amigos en Pittsburgh eran indios, así que a la Bollywood-adicción que ya tenía, se sumó el gusto por la comida y esa cultura fascinante al otro lado del planeta. ¡Mi siguiente destino había sido elegido!

Encontré una buena oferta con una Startup en Chandigarh, una ciudad al norte de India, en la región del Punjab. Esta vez debía pedir una “visa de negocios”, que es la categoría en la que entran los estudiantes extranjeros contratados para prácticas en este país. El proceso fue relativamente fácil; aplicación online, pago en Helm Bank y envío de la documentación necesaria y el pasaporte a la Embajada de la India en Bogotá. En enero de 2012 ya estaba metida en un vuelo de 36 horas a Nueva Delhi, con escalas en Newark y Frankfurt.

Usualmente, los “interns” llegan a la casa de alguno de los miembros de AIESEC o a una residencia de la organización donde se hospedan practicantes de todas partes del mundo de forma temporal, mientras se acostumbran a la nueva ciudad. Los sueldos de los intercambios profesionales generalmente equivalen a un salario mínimo en el país y aunque no es mucho, alcanza para vivir, el mío era el equivalente a 300 dólares, alrededor de 15.000 rupias en esa época, por un trabajo de 40 horas a la semana.

Aquí voy a hacer un voto de sinceridad y confesar que mi oficina no era lo que esperaba, y que al final de la práctica, la empresa pasó a formar parte del 90% de Startups que fracasan… ¡No todo son arcoíris y unicornios en estas historias!

Pero, bajo el riesgo de caer en los odiosos clichés, también es cierto que aprendí mucho más de lo que esperaba, que las barreras idiomáticas y culturales no me impidieron hacer amigos que aún conservo y que gracias a este primer trabajo llegué al mundo del marketing digital y las plataformas de trabajo freelance, lo que nos lleva a la última parte de esta historia.

Describir mi vida en India en un párrafo se me hace una tarea imposible. Así que para cerrar diré que los 8 meses iniciales se convirtieron en 14, y que en ese país de contradicciones dejé un pedazo de corazón.


Teletrabajo: la oficina a cuestas

Nos tocó la era de la revolución digital. El uso del internet y las nuevas tecnologías han transformado la forma en la que interactuamos, nos comunicamos y trabajamos. También nos tocó la era de la información, en la que las noticias se transmiten en tiempo real y cualquier persona tiene su espacio en esa enorme red que elimina las fronteras físicas y los conductos regulares para convertirse en algo o alguien.

El “hazlo tú mismo”, “publícate a ti mismo” y “edúcate a ti mismo” están a la orden del día, y dependiendo del criterio para curar sitios y contenidos, esto puede ser una gran oportunidad o una cortina de humo: de la información a la manipulación, del activismo al “slaktivism”. Sin entrar en un debate que aquí no viene a cuento, esta revolución ha sentado las bases del teletrabajo o trabajo a distancia, incluso a miles de kilómetros, perfecta para el viajero incansable. Nacieron entonces las plataformas que conectan freelance con clientes y le ponen un poco de orden a este nuevo mercado global de profesionales: Guru, PeoplePerHour, freelancer y Upwork, mi eterna favorita.

Hoy hacemos trabajos que hace 5 años no existían y para los cuales no recibimos educación formal; científicos de data, arquitectos del “big data”, community managers y desarrolladores IOS, son algunos de ellos. En la otra cara de la moneda están los trabajos que han ido desapareciendo y los que van a desaparecer. El cambio es rápido y sin lugar a treguas, un informe del Foro Económico Mundial ya habla de una Cuarta Revolución Industrial y las habilidades más requeridas en el 2020. Como reza el mantra de la sabiduría popular colombiana: “¡el que se quedó, se quedó!”

Toda revolución tiene sus víctimas, ¡y esta no es la excepción! La muerte inminente de la prensa escrita y el acceso del ciudadano de a pie a los medios para comunicar, le han dado fuertes golpes al periodismo tradicional. En el medio de esta reestructuración quedamos todos los egresados de esa bella y controvertida labor, tan malinterpretada, juzgada y desagradecida. “¿Y yo ahora qué hago con este título”?, me pregunté cuando volví a Colombia y empecé a buscar trabajo.

Estuve un año en el área digital de un medio grande, rimbombante y tradicional, siendo testigo de primera mano de lo que está pasando al interior de estas empresas, y como un sueldo de recién graduada en Bogotá no alcanza para mucho, retomé el perfil en oDesk (hoy Upwork) que me habían creado en la startup de India para ayudarme con los contratos de freelance. Un día me levanté y sentí que la maleta me miraba resentida desde el fondo del armario; no me quedó más remedio que renunciar, empacarla y buscar una nueva aventura internacional, esta vez un máster en Economía Creativa en España para seguir indagando sobre el futuro del mercado, de las profesiones y de la vida tal como la conocemos.

Salto temporal, fast forward y estamos en 2017. El máster me llevó a una pasantía –no remunerada- en Londres y como la vida de estudiante colombiano en Europa es cara y necesita de horarios y condiciones flexibles, seguí por el camino del teletrabajo, que eventualmente me llevó a un contrato más estable con una empresa en Estados Unidos. Este camino todavía muchos vacíos legales que no acaban de acomodarse en un espacio sin fronteras; trabajar allí y cobrar acá abre muchas dudas sobre dónde pagar impuestos y preocuparse por otras cuestiones de las que se encarga el empleador de un trabajo tradicional, como la salud y pensión.

Con este artículo quiero dejar una puerta abierta para que otras personas hablen de su experiencia en este ámbito y de la forma en la que están complementando su estilo de vida con su forma de “camellar” con la oficina a cuestas, a modo de joroba.

Manuela

Sobre  la Autora:

Comunicadora Social y Periodista según el cartón de la Universidad de Manizales, con otra amplia variedad de títulos conferidos por la vida: voluntaria, mesera, redactora a sueldo de ensayos/crónicas/pre-tesis/escriba-aquí-su-trabajo-de-la-universidad, mochilera, hostess, Au Pair, AIESEC intern, Community Manager y estratega de contenidos.
Aprendí a hablar antes de que me salieran los dientes, a leer y a escribir a los 4, y desde entonces no he parado.
Estoy a medio camino entre Madrid y Londres, terminando un Máster en Economía Creativa, Gestión Cultural y Desarrollo.
 

 ¿Quieres contarnos algún anécdota o historia de tu experiencia camellando fuera de Colombia?

¿Te interesa? entérate más en la sección Escribiendo con Nosotras. o  Enlaces Amigos

 

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